El pasado año empezamos
a describir los altares e imágenes de la Parroquia de la Transfiguración del
Señor ya fuesen anteriores o posteriores a 1940 y, naturalmente, hasta el
conocimiento de datos que habíamos podido recabar; así mismo, cumplimos un año
más con la ilusión de colaborar en la Revista de nuestras Fiestas Patronales
tal como hemos venido haciéndolo desde hace casi medio siglo y, esperamos, si
Dios nos lo concede, poder terminar el próximo año con el capítulo que en mi
libro COSAS DE MI PUEBLO, IBI, dedico principalmente a sus altares.
Revista de Fiestas de Moros y Cristianos - 1999.
Pág. 223.
Os dejo con la segunda parte del artículo, continuación del anterior:
7º Altar - El Altar Mayor. Ya quedó indicado que el altar anterior limitaba con
el presbiterio, aunque todo el conjunto de éste está tres escalones más alto
que los altares laterales y que es donde se encuentra el altar dedicado al
Patrono de la Parroquia con el mismo nombre que le diera su fundador, el hoy
San Juan de Ribera, antiguo Arzobispo de la Archidiócesis de Valencia, o sea de
la Transfiguración del Señor, popularmente dicho de El Salvador.
Desde su
edificación, el piso quedaba un poco menos de cuarenta centímetros que el del
crucero, con dos escalones centrales y una pared a sus lados. Esa separación
del crucero se veía reforzada por la existencia de varios sillones de coro, de
madera de una pieza con medio asiento abatible, para facilitar los cantos
durante las misas y de antes de determinados actos y situados a cada lado de la
escalera central y el del lado de la sacristía, en su centro no podía faltar el Facistol, con su posibilidad de poder girar en ambos sentidos, para
la oportuna lectura de la letra y partitura.
El centro del piso se elevaba con
unos escalones y el amplio rellano se podía recorrer bien alrededor de la mesa
y bajar para llegar al expositor; a la derecha quedaba una alta y ancha puerta
de dos hojas y en la pared de enfrente existía otra igual, pero figurada.
Don Juan Pablo Pérez-Caballero por
el fallecimiento de su esposa, doña Consuelo Moroder, de Valencia, y sin hijos,
quiso dejar un recuerdo en su memoria en la Parroquia mejorando sensiblemente
este amplio presbiterio, para lo cual empezó por elevar todas las partes del
mismo, para una mejor visión de la Sagrada Mesa y los celebrantes; el piso se
cambió por grandes losas de mármol blanco y rosado, igual que los escalones y rellano.
Las paredes se recubrieron de piezas
de mármol rosado y en el centro, con rectángulo de negro jaspeado, con alto
zócalo, al igual que las bases de sostén para las diversas columnas; en la
pared posterior también, pero se estrenó un artístico expositor y a cuyos lados
aparecía una galería que para mejor comprensión doy la fotografía, con el mismo
zócalo que el resto.
En el centro del fondo, desde su
construcción estaba la gran hornacina con el titular de la Parroquia y también
lo fue del pueblo. Se consiguió un excelente grupo escultórico, de mucho valor,
con los personajes testigos de la Transfiguración del Señor, el propio Salvador
y a sus lados Moisés y Elías, en la cumbre del monte Tabor y más abajo,
aturdidos e inclinados los tres discípulos predilectos. Todos ellos a tamaño
natural y que también fueron destruidos. Existía un lienzo en el que se
reproducía la misma escena anterior en pintura, para los días ordinarios, y en
los festivos, se descubría el artístico y armónico grupo de esculturas.
Hasta que se recuperara otra
representación de la escena del Monte Tabor, se encargó un lienzo con semejante
pintura para tapar el hueco. El Cascarón y partes altas de las paredes, no han
sufrido modificaciones. En el primero, las pinturas son del pintor Joaquín
Oliet, de Peñíscola, que fue Baile de Castellón de la Plana, el cual presentó a
nuestras autoridades un folleto editado en Alcoy, con fecha de 1825 y que
seguidamente pasó a realizar. Dicha fecha, me indica don Antonio Castelló, es
la segunda más antigua que figura en los impresos editados en Alcoy.
El mismo Oliet, dice que en su
conjunto quiere representar el triunfo de la Religión, colocando en el centro
los signos de la Eucaristía, el Cáliz y la Hostia Consagrada, a la izquierda
del que mira y un poco más alto, está Jesucristo con su Cruz y más abajo la
Virgen María, mientras que a la derecha y arriba está el Padre Eterno y bajo
san Juan Bautista, y en lo más alto y centro está representado el Espíritu
Santo, en forma de Paloma.
A ambos lados, a la derecha, se
observa la agrupación de los sacerdotes y representantes de las diferentes
órdenes religiosas en actitud humilde y en la zona opuesta están diversas
autoridades eclesiásticas, desde el Papa, Cardenales y Obispos, a más de
civiles, algunas Virtudes Teologales y Evangelistas, con profusión de personas,
incluido un Rey y el correspondiente cortejo de ángeles.
En la parte alta de la pared, entre
la hornacina, columnas y la esquina, aparecen unos cuadros que también son obra
del mencionado pintor; en el de encima de la puerta de la sacristía se
representa el momento de la crucifixión, clavando al Redentor en la Cruz; el
siguiente nos recuerda a Jesucristo descansando en el pozo de Jacob, cuando
llega la Samaritana en busca de agua fresca, mas Jesús le ofrece otra mejor.
Después de la hornacina, la escena
se refiere al encuentro de Jesucristo con sus discípulos, camino del Castillo
de Emaús, para preparar la primera Eucaristía y el último cuadro nos recuerda
al Nazareno cargado con la Cruz y la Corona de Espinas, caminando por la calle
de la Amargura, en el momento de una de sus tres caídas, rodeado de sayones y
esbirros.
Con ello, sólo nos resta describir
otros dos recueros con la orla también dorada, pero que estaban ocupados al
decorar la iglesia al terminarla, por dos grandes imágenes, en el situado bajo
Jesús sentado con sus discípulos, la Imagen del que fue Patrón del pueblo en
otra época, san Vicente Ferrer, tan apreciado en el Reino de Valencia, mientras
que bajo de la escena mencionada del pozo, estaba la Imagen de Santa Lucía, con
su palma del martirio que sostenía en una mano, y con la otra una vasija con
sus propios ojos.
Ya hemos dado a conocer un poco la
distribución y contenido del Presbiterio a su revestimiento e iniciado algunas
de sus modificaciones. El gran cambio fue el iniciado por don Juan Pablo
Pérez-Caballero. Ya mencionamos la elevación del piso y mesa, a más de la
colocación del revestimiento total de las paredes bajas con mármoles. Al
perderse las grandes esculturas contiguas al patrono de la Parroquia, este
citado ibense decidió sufragar la pintura del lienzo de la gran hornacina y
encargar dos frescos para dichos recuadros. En esta mejora desaparecieron los
sillones fraileros del coro.
En el recuadro que tuvo a san Vicente
Ferrer, hoy aparece la Epifanía, los Reyes Magos y su séquito están adorando y
prestando pleitesía al Niño-Dios, para regalarle después cada uno de ellos oro,
incienso y mirra, en presencia de la Santísima Virgen María y de san José. Las
dos viejas puertas mencionadas se sustituyeron por artísticos y decorados
ejemplares, regalando unos sillones para los sacerdotes de puro estilo, de
madera noble y haciendo juego con ellos dos mesitas auxiliares. Al otro lado,
es para glorificar la venida del Espíritu Santo sobre el Colegio Apostólico, en
forma de lenguas de fuego, estando presidido por la Virgen, el día de
Pentecostés.
Esta representación la creo no
conseguida y no satisface, es más, considero desdice del resto de las pinturas.
El otro es mejor y además muy adecuado a lo que representa, como también
apropiado a nuestra industria juguetera, de donde se surten de juguetes SS.MM.
los Reyes Magos, desde hace más de noventa años. Las pintó don Remigio Soler de
Agres.
Al acercarse la fecha de celebrar el
matrimonio de doña María Rico Vilaplana y don Pascual Payá Lloret, las bodas de
oro de su enlace, decidieron dejar en ella una mejora en la Parroquia y por fin
se decidieron por la que sirviera para resaltar mejor el Presbiterio mediante
conveniente iluminación y que fue muy celebrada. Ello se consiguió a base de
veintiún reflectores de 500 vatios cada uno, que resaltaban los dorados,
pinturas, imágenes y mármoles. Su efecto causó admiración, y resultó una
importante mejora para el templo.
Ya quedó reflejada la existencia del
grupo escultórico del Titular de la Parroquia, su destrucción no fue subsanada
hasta que habiendo fallecida doña María Rico Vilaplana, madre de don Raimundo,
don Ramón, don Artemio, y don Ismael Payá Rico, estos hermanos quisieron
aprovechar la fecha del aniversario de su madre, 10 de marzo de 1959, para que
en ella volviera a aparecer en la hornacina la figura del Salvador, y la
encargaron.
Depositaron su confianza en el
artista Francisco Garcés Martínez, previas conversaciones y proyectos posibles,
de Valencia, que por lo demás, ya existen en Ibi obras suyas, que llamaron su
atención. Como el nuevo expositor y los frontis laterales que le encargó don
Juan Pablo Pérez-Caballero, cuando su reforma. En vez del grupo anterior, se
acordó que fuese sólo la imagen del Salvador, que tiene 1,80 de estatura. Su
resultado no podía imaginarse mejor.
La majestuosa imagen está espolizada
con plata de ley; como fondo, sus tonos claros dan la sensación de blanco, con
rosa pálido en los pliegues. Ello queda reforzado, al enmarcarse la figura
desde su posterior, por unos rayos plateados muy brillantes, divergentes y
cuyos finales forman una elipse, mas por detrás de los mismos salen otros rayos
de mayor tamaño y dorados. A ambos lados, simbólicamente y para reforzar la
escena aparecen las Tablas de la Ley, así como los pergaminos de las profecías.
Las fiestas de 1981 fueron
extraordinarias al conmemorarse los 250 años de la entrada de la imagen de la
Virgen Madre de los Desamparados y al mismo tiempo, las Bodas de Oro de su
Coronación Canónica. Por tal motivo, su Imagen se trasladó a la ermita de San
Vicente Ferrer, para allí vestirla y prepararla con las mejores galas, por sus
Camareras, que a la hora prevista formaron todas, junto al lugar donde iba a
ser depositada y presenciar su apoteósica salida y traslado a la Parroquia,
entre vítores y alegría general.
Aquella noche, imprevistamente,
pronto corrió una noticia luctuosa; una de las Camareras que estuvo en todos
esos actos, doña Maribel Rico Pérez, había fallecido repentinamente. La Virgen
y su Divino Hijo, habían dispuesto que el resto de las Fiestas las contemplara
junto a Ellos, desde la Patria Celestial.
Su resignado esposo, un laborioso
industrial juguetero, don Francisco Guillem Verdú, que supo escalar a los
primeros lugares con su buen hacer, pronto concibió la idea de perpetuar dicha
fecha, dejando en la Parroquia un recuerdo, y que al mismo tiempo, fuera una
mejora para la misma. Los posibles proyectos se fueron sucediendo, mas deseando
que fueran de provecho, lo consultó con el celebrado escultor, aquí residente y
natural de Bañeres, don Vicente Ferrero Molina, y juntos pasearon por la
iglesia de la Transfiguración del Señor, para decidirse por la solución, no sin
antes consultarlo con el cura, don José Hernández.
Lo más acertado era solventar y
mejorar el contenido de la hornacina del Presbiterio, con la sola imagen del
Señor, que a pesar de su 1,80 de altura, casi resultaba pequeña para el gran
espacio que quedaba libre. Un adecuado pedestal podía solucionarlo y además con
él se completaba el tema de lo acontecido en el monte Tabor. Pronto el señor
Ferrero fue preparando diversos bocetos sobre el tema.
Elegido el definitivo por el
donante, se fue elaborando y es el que hoy aparece en dicho lugar. Mas no quedó
ahí la mejora, la parte baja de la pared, desde la hornacina hasta el suelo,
también se remozó con un zócalo de mármol rojo de Alicante, que fue rematado
con un mármol negro agudo y en cuyo ángulo superior izquierdo se colocó un
rosetón de bronce que reproduce frontalmente el rostro de doña Maribel Rico
Pérez.
Debemos intentar describir primero
el pedestal que sirve de soporte a la imagen del Redentor y la eleva
convenientemente. Tiene un cuerpo central en tres dimensiones y es rectangular,
en el que aparecen las figuras del Señor y sus Apóstoles, san Juan, Santiago, y
san Pedro en bajo relieve fundido de cera, en bronce y enmarcado entre mármoles
de color rosa de Valencia, negro Portero y Blanco Carrara que hacen destacar la
base y parte alta, así como las columnas, su basamento y capiteles.
De la parte posterior del cuerpo,
parte a cada lado una prolongación, estando enmarcadas con mármol rosa y en
cuyo centro existe otro bajo relieve, representando respectivamente a Moisés
con las Tablas de la Ley y al Profeta Elías con sus pergaminos de profecías.
Todo ello fue solemnemente inaugurado el día 6 de agosto de 1984, en misa
vespertina del día del Salvador, con gran afluencia de devotos.
Tal hornacina, ya fue ideada cuando
la ampliación del Presbiterio, Capilla de la Comunión, sacristía y trasteros, a
más del cambio de estilo del anterior templo, hasta quedar tal como hoy se
encuentra. Pues era, para contener a todos los personajes mencionados, pero
casi a tamaño natural; el Señor y Moisés con Elías en lo alto del monte Tabor,
mientras en la zona baja agachados o de rodillas estaban los tres asustados
apóstoles. Allí permanecieron hasta su destrucción en 1936.
El agradecimiento al donante por la
mejora fue unánime, mas éste pronto notó que la sola figura del Señor, estaba
más alta y centrada. Se lograba el efecto apetecido más lateralmente quedaba
cierto vacío y decidió consultar con el escultor citado, el cual aconsejó
añadir unos candelabros artísticos que lo evitaran.
Así que se proyectaron algunos
modelos y elegido uno, se encargó una reja. Son altos y sólo se diferencian en
que uno de ellos, en su zona media, tiene la figura de san Francisco de Asís,
Patrono del donante, mientras que el otro, tiene en su lugar a santa Isabel,
por la difunta Maribel. Son de sobria concepción y terminan en cinco brazos,
que nacen en tres diferentes altitudes, además de iluminar, rellenan los
laterales y son un buen complemento para el conjunto.
Fueron inaugurados casi cuatro años
más tarde, un tres de enero de 1988. Pregunté al señor Guillem si disponía de
alguna foto y me entregó la que incluyo, para que sirva al lector para mejor
conocer la visión del conjunto.
8º Altar - Dejamos ya el presbiterio y
contiguo existe este altar, ya indicado como exacto al del otro lado y para el
cual sirvió de modelo. Por herencia, venía perteneciendo a los padres de mi
abuela paterna, Carmen Gil Samper, correspondiéndole después a su hermano
Francisco; el titular del altar era San Francisco de Paula que lo presidía y
debajo del cual, posteriormente, se colocó un Crucificado con su hornacina,
pasada la mitad del anterior siglo.
Voy a contar una corta narración del
acontecimiento del tal traslado. Los referidos personajes tenían en la sala a
tal Crucificado, de marfil de 36 centímetros y la Cruz aparte, de tradición
familiar; además tenía la misma familia una muchacha y una jovencita de 15 ó 16
años que era sordomuda de nacimiento, pero que era muy popular en el pueblo y
con todo el mundo se hacía entender.
Una tarde, la joven bajó de la sala,
donde estuvo un tiempo, muy excitada y manifestando a voces que el Cristo había
levantado la cabeza y elevado los ojos hacia el cielo; ante la sorpresa de
todos, ya que era doble el motivo por el significado de sus palabras, como por ser
las primeras que pronunciaba y seguía repitiendo. Todos se dirigieron a ver al
Cristo, que al expirar dejó caer la cabeza hacia la derecha y abajo, dejando
casi cerrados sus ojos.
Más la afirmación de la sordomuda se
vio comprobada; el Cristo tenía la cabeza levantada y se abrieron sus ojos,
alzándolos hacia lo alto. Rápidamente se fue propagando la noticia por todo el
pueblo, con los más diversos comentarios y las visitas se multiplicaban. Se
llamo al señor cura, que ya conocía al Cristo y comprobó el cambio operado.
Realizó varios interrogatorios por separado y dio a conocer al obispado el
suceso, que también se personó en el domicilio.
Pasado un tiempo, se ordenó
trasladar al Cristo al altar familiar, preparándole su hornacina, depositada
sobre el ara y bajo de la del santo titular. La joven siguió ya hablando con
toda naturalidad y este recuero, María "Dora" me lo ha repetido en
varias ocasiones al encontrarnos, pues se lo contó su madre que conocía a la joven y fue a ver el Cristo y ambas
acudían al mismo a rezarle. Durante la guerra civil de 1936 se recibió en el
Ayuntamiento notificación de que se andara con urgencia tal Crucificado a
Madrid, más no se pudo tramitar, porque precisamente había sido destrozado el
día anterior.
Al casarse mi abuela y fijar la
residencia en Barcelona, el altar pasó a propiedad de su hermano, siendo
después su viuda la encargada del mismo, más no quiso reponerlo, ni consintió
que lo realizara mi padre. Al pasar el tiempo sin que se llevara a cabo su
reposición tres hermanas procedentes de Teruel y que aquí se afincaron, se
interesaron por la restauración del mismo y obtenido el permiso del señor cura,
con la salvedad de cambiar el titular, fue dedicado a la Virgen del Pilar.
Se reprodujo, pues, el altar de la
Virgen en Zaragoza, por doña Joaquina Lozano Garzarán, encargada de todas las
diligencias y adquisición de la Virgen, todo tal como en la actualidad se
encuentra y se celebraba solemnemente su festividad y recambio de sus mantos.
Además, como la Guardia Civil la tiene como patrona del Cuerpo, acuden tanto
los residentes del Cuartel, como los jubilados que aquí fijaron su residencia.
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